Texto publicado en el Diario de Navarra (6-VII-2019).
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Fte.: Diario de Navarra
El intento de despliegue de la ikurriña en Sanfermines por ediles de Geroa Bai y EH Bildu me resultaba del todo previsible: una manera un tanto tosca de decir “aquí estaba yo antes”, haciéndose notar en medio de un acto donde sabían perfectamente que el gesto sería polémico. Casi tanto como mostrar una bandera de España en el balcón del Ayuntamiento de Leitza en pleno chupinazo de San Tiburcio.
Estos gestos, aunque no merecen una retirada policial, sí requieren de una reflexión sobre su efectividad. Está claro que buena parte de la población de Navarra simpatiza con la bandera de origen sabiniano, que traspasa la muga nacional y campa en las instituciones vascofrancesas con total naturalidad. Pero aún lo es más que una mayor parte puede prescindir de ella, con diversos grados de antipatía. Fuera ya del debate de si debiera o no lucir en nuestros balcones institucionales – porque en los particulares nada más hay que discutir –, cabe preguntarse si por encima del derecho de sacarla, no hay en su uso una manifiesta intención de hacerse notar, en medio un entorno político ahora capitalizado por quienes son más partidarios de esconderla que de lucirla. Muy a la contra de lo que hacía la corporación anterior, que la sumaba a las ya vigentes.
Pienso que sin duda Geroa, Bildu y quien así lo desee tiene derecho a usar la bandera vasca y mostrarla donde quiera, así como lo tienen otros usar la rojigualda, tricolor o LGTBI si se me apura. Ahora bien: si el objetivo era felicitar las fiestas desde el respeto y la no confrontación, con la enseña de Pamplona y si acaso la de Navarra bastaba. Aunque de no haber hecho lo anterior, no habría habido repercusión mediática, que es lo más valioso que les queda a quienes ya no ostentan el gobierno. Gora San Fermin.
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